La obesidad se inicia en la infancia con la adquisición de hábitos nutricionales erróneos. Curiosamente, estos hábitos se obtienen y se perpetúan en el entorno familiar, tanto es así que la obesidad de los padres es un predictor fiable de la obesidad de los hijos, dado que comparten hábitos en familia.

Del mismo modo la diabetes tipo 2, la hipertensión y el exceso de colesterol también se aprenden en el ámbito familiar. De esta manera, los padres diabéticos dan pie a hijos diabéticos y así sucesivamente, extendiendo tanto los malos hábitos, como sus consecuencias, de generación en generación.

Por otro lado, el niño que llega obeso a la adolescencia ha adquirido una mayor cantidad de tejido adiposo, lo que conlleva que las probabilidades de mantenerse obeso de adulto sean extremadamente mayores que las de aquellos niños que llegaron a la adolescencia con un peso normal y que posteriormente se hacen obesos. El número de células grasas en la adolescencia permanece para toda la vida.

Recordemos de ahora en adelante que cada niño gordo será un adulto enfermo, por ello es tan importante (aprender y) enseñar a tus hijos a nutrirse de una forma correcta para asegurarles un desarrollo saludable.