Nuevas corrientes de pensamiento proponen normalizar la obesidad, impregnando esta pretensión con una patena de reivindicación de derecho y en aras de evitar la estigmatización. Si es verdad que las personas con obesidad pueden experimentar cierto rechazo social, no lo es menos que la polémica debe ser analizada con rigor a fin de no extraer conclusiones equivocadas.

A día de hoy la obesidad no solo enferma y mata a mayor número de personas que las drogas, el tabaco y el alcohol, sino que se trasmite de padres a hijos perpetuando así la enfermedad en la población y colapsando los recursos de salud.

Las principales causas de mortalidad y morbilidad en occidente están estrechamente ligadas a la obesidad y afectan a muchos de nuestros familiares: enfermedades cardiovasculares, ictus, diabetes, hipertensión, cáncer, demencias, etc. son el resultado de conductas aprendidas en el entorno cercano (familiar, escolar, social…).

Normalizar la obesidad supondría normalizar hábitos y conductas perniciosos que generan enfermedad y seria equiparable a normalizar la adicción a la heroína / cocaína, el tabaquismo o el alcoholismo.

Como para el caso de las adicciones, la obesidad no se debe normalizar pero tampoco se debe estigmatizar; todo lo contrario, debe ser considerada como un trastorno de la salud que aparece en un contexto biopsicosocial concreto y que es susceptible de tratamiento.

La mayoría de las enfermedades y disfunciones asociadas a la obesidad (diabetes, hipertensión, colesterol…) son perfectamente reversibles con un programa de modificación de las conductas similar al utilizado, con gran éxito, en las conductas adictivas. En estos el paciente se implica personal y activamente para poner orden en sus hábitos y conductas. Si numerosos adictos (heroína, cocaína, tabaco, alcohol…) han podido controlar sus conductas,  ¿por qué no iban a ser capaces los obesos de controlar las suyas?

Dr. Miguel Ángel Dorta,
su Médico de Confianza.